viernes, 18 de diciembre de 2015

Entrevista: La Marcha de la Muerte de Bataán

¡Hola a todos!

En el marco de la Segunda Guerra Mundial, se produjo una marcha que terminó con la vida de miles de soldados norteamericanos y filipinos: la Marcha de Bataán, de la que vamos a aprender más hoy, y sobre la cual hicimos una entrevista muy interesante.

La conocida como Marcha de la Muerte de Bataán consistió en el traslado forzado de prisioneros de guerra estadounidenses y filipinos ordenado por los japoneses. El 9 de abril de 1942,  75.000 prisioneros iniciaron una larga marcha desde el extremo sur de la península de Bataán en las Filipinas hacia un campo de concentración nipón. Las horribles condiciones y el cruel tratamiento recibido por los prisioneros durante el largo recorrido se tradujeron en unas 10.000 muertes.

Solo unas pocas horas después del ataque japonés sobre Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, los japoneses atacaron también las bases aéreas en los territorios filipinos controlados por los Estados Unidos. Víctima del factor sorpresa, la mayor parte de la aviación militar presente en el archipiélago fue arrasada durante el ataque aéreo nipón.

A diferencia de lo ocurrido en Hawai, los japoneses llevaron a cabo una invasión terrestre tras el ataque aéreo sorpresa en Filipinas. Las tropas estadounidenses y filipinas se replegaron el 22 de diciembre de 1941 hacia la península de Bataán, ubicada en la zona occidental de la isla de Luzón, al ver que las tropas terrestres japonesas avanzaban hacia Manila, la capital del archipiélago filipino. Los soldados filipinos y estadounidenses fueron agotando poco a poco sus escasas reservas. Inicialmente recurrieron a dividir las raciones en dos, luego en tres y finalmente en cuatro.

En abril de 1942, ya habían estado sobreviviendo en las junglas de Bataán durante tres meses y estaban muriéndose de hambre y siendo víctimas de terribles enfermedades.

No había más opción que rendirse. MacArthur había huido a Australia, sosteniendo que iba a volver: "I shall return". El 9 de abril de 1942, el general estadounidense Wainwright firmó el acta de rendición, dando por finalizada la Batalla de Bataán. Los 75.000 soldados estadounidenses y filipinos aún vivos fueron tomados como prisioneros de guerra por los japoneses. Casi de inmediato, arrancaba la terrible Marcha de la Muerte de Bataán.

El objetivo de la marcha era trasladar a los 75.000 prisioneros de guerra estadounidenses y filipinos capturados desde Mariveles, localidad ubicada en el extremo sur de la península de Bataán, a Camp O’Donnell, antigua instalación norteamericana, ubicada al norte y que serviría de campo de internamiento. Para ello, los prisioneros tendrían que recorrer a pie los casi 90 km que había entre Mariveles y San Fernando, para viajar desde allí en tren hacia Capas. Desde ahí, los prisioneros deberían caminar de nuevo durante 12 km hasta llegar a Camp O’Donell. Los prisioneros fueron separados en grupos de aproximadamente un centenar, con varios guardias japoneses asignados, que supervisaban la marcha. Cada grupo debía realizar el recorrido en cinco días. 

Los soldados japoneses creían firmemente en el honor que traía consigo la muerte en combate y cualquiera que se rendía era considerado un ser despreciable. Por lo tanto, a ojos de los soldados nipones, los prisioneros de guerra estadounidenses y filipinos capturados no se merecían el más mínimo respeto. Para mostrar el disgusto de tener que vigilarlos, los guardias japoneses iban torturando a los prisioneros durante la marcha. Por ejemplo, los soldados cautivos no recibían agua y se les daba muy poco alimento. A pesar de que había acuíferos naturales de agua potable desperdigados a lo largo del recorrido, los guardias japoneses no dudaban en disparar a cualquier prisionero que rompiera la formación y tratara de beber un poco de agua. Unos pocos prisioneros conseguían dar algún sorbo de agua (estancada de las cunetas), pero engañar a la sed tenía un peaje bastante alto para ellos: caer gravemente enfermos de disentería.

Los prisioneros, que ya estaban muriéndose de hambre incluso antes de rendirse a los japoneses, recibieron sólo un par de bolas de arroz durante su largo caminar. En numerosas ocasiones, cuando la población local filipina trataba de arrojar comida a la columna de prisioneros, los japoneses disparaban sin piedad y mataban a quien osara ayudar al enemigo.

Por si todo esto fuera poco, las condiciones meteorológicas no ayudaron a aliviar las pésimas condiciones de los prisioneros: el calor era insoportable. Los japoneses se esforzaban por empeorar aún más la situación de los prisioneros, obligándoles a sentarse al sol durante varias horas sin permitirles resguardarse al abrigo de una sombra. Esta tortura era conocida como “cura de sol”. Sin agua ni comida, los prisioneros estaban extremadamente débiles durante su recorrido de 100 km bajo un sol abrasador. Muchos cayeron gravemente enfermos debido a la malnutrición, otros habían sido heridos o sufrían diversas enfermedades que habían contraído en la jungla y conseguían avanzar a duras penas.

Si alguno de los prisioneros parecía demasiado lento o se quedaba rezagado durante la marcha, o bien recibió un balazo o bien se le asestaba un golpe de bayoneta. Esta tarea la realizaban pelotones de japoneses que iban por detrás de la columna de prisioneros, encargándose de que los prisioneros no aflojaran al ritmo.

La dignidad más básica se le era negada a los prisioneros. Por ejemplo, los japoneses no ofrecían ningún tipo de letrina ni pausa alguna para que los prisioneros pudieran hacer sus necesidades, por lo que debían defecar y orinar mientras caminaban.

Los prisioneros que lograban llegar a San Fernando eran apiñados en vagones de mercancías. Había tal hacinamiento que solo había espacio para apretujarse de pie durante el trayecto.

El calor y las condiciones dentro de los vagones provocaron más muertes todavía. Tras la llegada a Capas, los supervivientes tenían que caminar otros 12 km. Una vez en su destino final, Camp O’Donnell, se pudo comprobar que sólo 54.000 de los prisioneros habían conseguido llegar al campo.

Se calcula que fallecieron entre 7.000 y 10.000 prisioneros. El resto de prisioneros desaparecidos habían logrado escapar a la jungla y unirse a grupos guerrilleros de resistencia. 

Tres años después, el 9 de enero de 1945, la guerra del Pacífico se había dado vuelta contra los japoneses. MacArthur llegó a las costas de las Filipinas, a las islas que había sido forzado a abandonar. Mientras MacArthur seguía llenándose de triunfos y victorias, las tropas abandonadas norteamericanas habían vivido 3 años de infierno en los campamentos O'Donnell y Cabanatuan. Más de 500 hombres enfermos y apestados seguían resistiendo en el calor tropical. Casi no tenían comida, además de un cuidado médico inadecuado, y apenas les quedaba algo de esperanza.

Mandaron un grupo a liberar a los prisioneros: el grupo del 6to batallón, los Rangers. Uno de los sobrevivientes de la Marcha de Bataán (“Wild Bill” Begley) pesaba 80 kilos al empezar la guerra; al momento de la Marcha de Bataán, pesaba 50 kilos. Sobrevivió tres años y medio de brutal cautividad y, cuando finalmente lo rescataron, solo pesaba 30 kilos.

En el marco de este tema, le hicimos una entrevista a Anna María Zosa, filipina residente en Uruguay.

¿Conoces a alguien que haya participado de la Marcha de la Muerte de Bataán?

Sí, mi tío abuelo.

¿Qué es lo que se sabe de tu tío abuelo?

Se llamaba José Díaz y le decían Peping. Fue el hermano menor de mi abuela materna y recién se había graduado de Ateneo de Manila University, una universidad en Manila. Su cuerpo nunca fue encontrado y sólo fue identificado como uno de los soldados que murieron porque sus tarjetas de identificación, que estaban en su billetera, fueron encontradas en el camino. Sus objetos personales fueron entregadas a su mamá, mi bisabuela.

¿Fue soldado honorario por su país, o fue entrenado y preparado sólo para la ocasión?

Él fue como voluntario. Luego del bombardeo a Pearl Harbor en diciembre de 1941, el General MacArthur suspendió el programa de jóvenes voluntarios de guerra. Sin embargo y de alguna manera, algunos jóvenes (incluido Peping) pudieron unirse a la guerra y fueron asignados para asistir y ayudar a las tropas estadounidenses en Bataán.

¿Tenés algún otro familiar que haya sido parte de las batallas en las Filipinas?

Sí, mi abuelo, el coronel Ramón Zosa, fue piloto durante la Segunda Guerra Mundial y era parte de la Fuerza Aérea Estadounidense-Filipina. Luego de que cayera Manila el 11 de diciembre de 1941, lo enviaron en una misión. Las fuerzas conjuntas filipino-estadounidenses no pudieron contener a las tropas japonesas y eventualmente, el último bastión, Bataán, cayó el 9 de abril de 1942.

En ese momento, su esposa, Natividad Melgar, estaba embarazada de su tercer hijo y tuvo un parto prematuro porque temía que su marido hubiera sido capturado por los japoneses. El 16 de abril, una semana después de la caída de Bataán, nació mi padre. De alguna manera, le mandaron la notificación a mi abuelo y pudo visitar secretamente a su esposa y su hijo recién nacido en el hospital unas noches después.

¿Sabes algo de la Marcha en sí?

La Marcha se dio desde Bataán hasta Capas, Tarlac, a unos 100 kilómetros de distancia. El camino por el cual marcharon los soldados capturados existe aún hoy; es una ruta nacional y hay marcas en ella desde su comienzo hasta su final. También hay una cruz y un memorial en la cima del Monte Samat, el cual es una atracción turística para honrar a los hombres que murieron en la guerra.

¿Cómo fue la rendición de las tropas en Bataán?

Los historiadores y directores de película frecuentemente hablan del ataque en Pearl Harbor el 7 u 8 de diciembre de 1941. Pocas horas después, los japoneses atacaron Manila y destruyeron casi toda la ciudad. Las tropas filipinas y estadounidenses se retiraron a Bataán, que era el último fuerte de las fuerzas Aliadas. Creo que luego de que cayera Bataán, el General MacArthur se fue a Australia, y allí fue donde declaró que volvería, “I shall return”.

Hoy en día, ¿se realiza alguna conmemoración de lo sucedido?

El  Bataan Day (Día de Bataán) el 9 de abril, es un feriado nacional y todos los años se celebra una ceremonia para recordar a nuestros soldados.  

¿Cómo quedó la relación entre los ciudadanos filipinos y los japoneses?

Los japoneses ocuparon las Filipinas de 1941 a 1945. Mis tíos y tías aún recuerdan cómo eran sus vidas durante la ocupación japonesa. Mi tía recuerda el sonido de las bombas cayendo. Un amigo contó que había muy poca comida. Algunos dicen que los soldados japoneses eran amistosos, pero hubo muchos casos de mujeres que fueron violadas por ellos, y de niños asesinados con sus bayonetas. Décadas después, algunos integrantes del gobierno japonés se disculparon con los filipinos por todos los crímenes cometidos durante la guerra. Hoy en día, la relación entre estos dos países es amistosa y en general, no hay sentimientos anti-japoneses entre los filipinos.

¿Y la relación entre filipinos y estadounidenses?

Las Filipinas fue territorio de los Estados Unidos de 1898 a 1946, con un período de gobierno japonés de 1941 a 1945. Los dos países tienen una relación muy cercana en términos de política, economía y sociedad en general. Los filipinos hablamos inglés porque, como colonia de los Estados Unidos, nuestro sistema educativo fue establecido por los estadounidenses. 

¡Gracias, una vez más, por leer! 

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